Se rompió el verbo, la palabra, el silencio. La quietud de la tarde perdió el sentido y con ella la vida. Los colores dejaron de ser pasteles. Son negros, grises y oscuros. La gota maldita cayó lentamente, salpicando el aura de la vida. Agoniza la existencia de las almas. La tuya y la mía. Ya no respiro. La escritura no canta. Aunque vivo, muero en vida. Quien soy, no lo sé. Dímelo tú que encendías mis pasiones y aquietaba las tormentas de la carne y de mi alma. Pero tú ya no estás. Escucho los lamentos de un latido que impertérrito clama por ti. Pero te marchaste como la tarde en el momento que empezaba la lluvia y mojaba el alma. Lo empapaba todo sin tu presencia. Quise olvidar tu figura de mujer llana y sentado en la ventana de mi vida. Contaba los segundos y los suspiros. Por si alguien se asoma y calma las ansias de una tarde y una noche y una tarde y una noche. Mirando el camino pero nadie llega. Sólo el rumor del viento, el quejido del Samán y mis presentimientos de volver amar me acompañan en esta tarde.
Deseo hacerte el amor lentamente con mis palabras. Donde el paragua de la lluvia de caricias sea tu piel. Y las fronteras de las pasiones: los deseos de nuestras carnes.
domingo, 2 de febrero de 2020
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