Somos carne, huesos, un montón de emociones, todo junto nos hace parecer casi perfectos. Pero un día llegaste tú, entrante por esa puerta y nos miramos no sé cuántas veces. Pero era la fragua de las querencias qué, lentamente empezaba a fundir un amor eterno. El tiempo dio sus martillazos, lentamente empezó a surgir esta querencia. La misma qué fundimos tantas veces entre sábanas y almohadas. La misma qué entre gritos de placer y en ocasiones sollozos de alegría tuvimos. Surgieron las mariposas, las luciérnagas y las copas de vino. Las conversaciones de enamorados y el tiempo para amarnos eternamente. Una mano tocó mi hombro, me hizo despertar y me dijo: deja de soñar mientras camina por la vida.
Deseo hacerte el amor lentamente con mis palabras. Donde el paragua de la lluvia de caricias sea tu piel. Y las fronteras de las pasiones: los deseos de nuestras carnes.
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