Cuando el alma se mece
junto a los designios de los dioses.
Las columnas de tus pechos
no se inmutan.
La piel no se estremece
con el suspiro,
y las ganas de apagan
lentamente.
Al guardar los deseos en
el baúl de las discordias.
Tus ojos se entristecen a
la luz de la pasión.
Y desaparece el murmullo
de las almohadas,
cuando se hace el amor.
En las guerras de las
querencias.
Tu mano marca el sendero
en mi espalda.
Y tu boca fija ancla en
mis labios tembloroso de pasión.
Despertando las incógnitas
galácticas del deseo.
Tu cuerpo, ese que como
surco pretendo llenar.
Es el emblema de la guerra
y los temblores.
Donde herido el deseo,
gime lentamente su muerte
a la pasión.
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