Y resbaló la inocencia en las caricias.
Tierna sinfonía de dedos por la piel.
Al compás de la cadencia y los suspiros.
Existen dos.
Éramos tú y yo.
Dos mortales que jugábamos a ser dioses,
donde solo el placer era el trono.
Seguimos dos.
Jugamos a la guerra.
Alguien sería el vencedor,
de los amores de esa noche de luceros.
Éramos uno.
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