
Nadie lloraría por mi muerte,
tampoco saldrá una lágrima
por mis dolores.
No dejaran de acontecer los atardeceres.
Ni la luna dejaría de tener sus embrujos.
Seguro estoy de no escuchar mis latidos,
con la partida de esta osamenta.
Seguro estoy que mis pupilas
no brillaran más que el sol.
Pero te imaginaría lo que pasaría
si me regalaras un beso.
De esos soñados con las ganas
galácticas de los tiempos.
Y no lo guardara en la génesis
de las cosas eternas.
Sencillamente moriría.
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