
Era la canción de la noche,
aquella que entonaba la tristeza.
La que escuchaba el corazón solitario
de la cigarra y el grillo.
Así eran mis pensamientos.
Díscolos y desatinados a tu llamado.
Deteniéndome en pequeñeces,
sin fijar las pupilas en tu sombra.
Deje el silencio de mis pensamientos,
al borde de tu respiración.
Recogí el fruto de mis plegarias.
Una mirada tuya.
Así llego la partida de los tiempos.
Cuando la guitarra sonó la última nota.
Era tu canción preferida.
Esa que solo un corazón puede tocar.
Un monologo eterno.
Un si en mi boca
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