Hoy mujer.
Mientras me limpiaba el
alma, de los desagravio y dolores. Empecé a preguntarme gritándole al corazón.
—¡He grandote! —¿Dónde guardo el sentimiento que me devora el alma?
De momento no dijo nada,
se quedó pensativo y luego me dijo. —Sabes amigo... que si lo supiera. No
estaría esta súplica de amor escribiendo.
—Mucho menos pensando en el ayer que ya pasó.
En silencio incline mi
cabeza. Me senté en la calzada de mis pasos y meditando sobre lo que a mi
grandote terminaba de decirme. Introduje mi mano en un bolsillo. Saque un
estrujado papel y empecé a leer una líneas que un día un corazón escribiera
para mí. Una rebeldes lágrimas corrieron por mis mejilla. Todavía con asombro,
me di cuenta que podía llorar por un recuerdo de un amor.
Volví a guardar mi
estrujado papel y de nuevo escuché su voz.
—¿Sabes lo malo de ti?... tú no entiendes de la vida ni sabes que hay
cosas como el viento.
—¿Qué me quieres decir? —En verdad no lo entiendo. Dime por favor.
—Mira, cuando la brisa fresca llega: te acaricia, refresca el alma. Pero
tiene que irse. Así mismo son algunos amores. Llegan pero se marchan como
vinieron. Espero que ya no llores más.
Un silencio eterno se hizo
entre los dos. Levantando la cabeza miro el camino y se dio cuenta en ese
momento que a su vida y amoríos le faltaban muchas leguas por andar. Levantándose
cogió la estrujada carta y la dejó donde antes cayeron sus lagrimas. Ya no
sentía el peso de los recuerdos. Había ganas para volver amar otra vez.